1992, Fregenal de la Sierra (Badajoz).
Las palabras para afrontar mi futuro fueron siempre las mismas: movimiento, creatividad, personas cercanas y dificultad. Yo siempre he sabido que esos serían los ingredientes de un trabajo que a mí me gustase, pero aún no sabía qué labor podía ser esa. Atravesé la universidad, pero ésta a mí, menos. Sí me atravesaron salvajemente el amor y las experiencias Erasmus. Y fue tanto, que no pude quedarme quieta.
Dicen que el maestro aparece cuando el alumno está preparado. Y por varias circunstancias aleatorias, la palabra “teatro” ya no me era indiferente. Como me dijeron una vez, mi cuerpo ya lo había decidido, aunque mi cabeza aún no lo supiera. Y apareció el maestro cuando decidí apuntarme a una escuela de teatro en Sevilla para probar. Sentí un abrazo y una paz que ni yo era consciente de cuánto tiempo llevaba esperando.
Ahora ya, también lo sabía mi cabeza. Y desde entonces, no he parado de formarme, aprender, equivocarme, estar. Y estar es ir despacio. Voy despacio, pero estoy yendo, estoy andando.
Honestamente, me doy por pagada.
Atentamente, Sara Perogil.
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